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El humo gris que nacía de las encendidas virutas acomodadas con cariño en el interior de su pipa, tomaba vuelo y rebotaba en las oscurecidas chapas del alto techo de su galpón, que hacía las veces de lugar de relajación siestera, de hogar de pequeños gatos nocturnos, y el lugar donde todo ocurría… donde la madera lacia e inexpresiva se metamorfoseaba en casco de canoa. Ese lugar, liberaba una energía indescriptible cuando albergaba a esas canoas desnudas que dormían de espalda sobre los caballetes. El sonido del cepillo sobre el lomo, era como el ronroneo de los dioses.
Su suave bigote acompañaba el movimiento de sus labios alrededor de la boquilla de su pipa, y sus tupidas cejas delataban la estoicidad de sus palabras.
Desde la galería en el frente de la casa, suena la voz femenina coartadora del descanso y la meditación…
- ¡Don Vicente! ¡¡Gente!!-
Un amargo y largo gemido arruga su garganta y decide atender el llamado. Viste sus pies con las alpargatas olvidadas en el suelo, se sienta en la delicada hamaca de hilo tejida por él mismo, se apoya en sus brazos apretando fuerte la pipa en sus delgados labios y toma envión para separar su cuerpo de la comodidad y retomar las actividades del día.
Agriamente se aleja y camina a su ritmo, pasivo, hacia el encuentro con el impertinente visitante. El vecino saluda al anciano y proclama su necesidad como urgencia nacional…
- Oiga Don, usted sabe que en la casa del tío, siempre hubo una pieza al fondo que nadie ocupó nunca…- clama el vecino gesticulando apurado, y haciendo ínfulas de conocedor…
- Mmmhh – le encantaba dejar escapar ese sonido suave y tranquilo que le dejaba pensar.
- Y sabe usted que su hijo más grande se casa, pero el tío nunca quiso que se ocupe esa pieza… hasta ahora. Le habían dicho que ahí había un entierro ¿vio? Y por si acaso le hacemo’ caso ¿no?-
- Mmmhh- inhala el humo y vuelve a liberarlo al aire, su frente amplia y tranquila simplemente tenía un efecto calmante con los que lo observaban, que se daban cuenta que debían desacelerar sus palabras y gestos para no quedar mal ante el anciano.
Don Vicente murmura una plegaria a sus dioses pidiendo pureza de pensamiento, y bondad en su obrar mientras se aleja de su acompañante y se adentra en la casa a prepararse para el auxilio. No dejaba de hacer murmuraciones en un guaraní tan estrictamente cerrado, muy diferente al jopará con el que hablaba habitualmente. Era más bien como un hablar cantado, ronroneado y murmurado, desfigurado, su nexo con los antiguos siempre creí.
Regresa al poco tiempo pipa en mano, arrastrando los pies, esa vieja camisa clara con tenues rayitas gastadas y ese pantalón gris (que parecía amplio en él), atado con soga a su huesuda cadera.
Se van caminando unas cuadras por las calles de tierra que nunca quiso abandonar, hasta llegar a la vieja casona. Los recibe el dueño de casa en la oscura entrada, e irrumpen en la galería larga y profunda, adornada con un aljibe de metal a lo lejos lleno de amambái colgando hasta el suelo.
La galería de altos techos retumbaba con el sonido de sus alpargatas viejas arrastrándose a cada paso por el antiguo piso ajedrezado. Y al fondo…detrás de grandes maseteros con flores, la pequeña habitación se escondía… olvidada. Un caminito los sacaba de la galería para llevarlos entre las plantas, hasta el portal de la misteriosa meta, acompañados del revoloteo de colibríes, recibían noticias de buen augurio.
-Mainumby- suspiro el anciano paje con un dejo de tristeza amaneciente en sus ojos, obligado, por su cerebro o algo más, a recordar.
-¿Cómo?- lo mira fijamente el vecino. Todo eso estaba mucho más lejos del alcance de su comprensión, de lo que esperaba.
- Mainumby, alma portadora del aliento del creador que da vida a sus criaturas. El colibrí, es buen augurio…- trata de explicar el nieto del anciano al vecino, ya inverbe en ese momento de la tarde.
El anciano camina lento y extiende su mano sobre el picaporte de la puerta de la oscura habitación.
Una sensación de alerta invade su cuerpo. Empuja la puerta y la amplitud vacía del cuarto lo recibe. La luz tenue de la tarde amarillaba todo el lugar. El noble piso de madera de pino, invitaba cálido a pasar.
Avanza.
Se detiene.
Cierra los ojos, y la ve.
Una gran columna de luz ámbar que se extendía uniendo el piso con el techo, esparciendo miles de partículas de luz doradas. Luz dorada que sólo don Vicente podía ser capaz de ver. Don otorgado por sus ancestros.
- Mmmmm –
- ¿Qué sucede tata? - pregunta el nieto
- Traele que tu pala y hacele, el pozo ahí… mmmm –
- ¡No! ¡el piso no! – pobre dueño del futuro inmueble roto, pero libre de malos espíritus.
- ¿Quiere ocupar la pieza o no?, es la única forma, hay que escuchar al tata…-
Resignado, el dueño de casa trae una pala y un pico del patio, listo para cavar. Y era verdad, era preferible pagar un piso nuevo, que pagar el alquiler de una pieza de pensión teniendo una habitación libre en su propia casa.
Listos y preparados, se disponen ambos hombres a romper el lindo piso de madera, justo en medio de la habitación. Con mucha fuerza insertan un fuerte golpe seco, rompiendo las primeras tablas de madera, mientras el anciano paje saca de uno de sus bolsillos del pantalón un cigarro armado y se prepara para el ritual. Enciende el cigarro con un fósforo, mirando fijamente la pequeña llama, comienza a recitar entre dientes su alabanza, mientras observa detenidamente la luz que todo lo envuelve, luz que forma parte de un secreto visual, entre el anciano y su creador.
El dueño de la casa asombrado de sí mismo por lo que estaba haciendo, rompiendo su casa sólo porque un viejo así lo dijo.
-Debo de estar loco – racionalizaba (intentaba) , mientras observaba al viejo soplar humo al aire y al suelo.
-¿Qué está haciendo? –
-El humo purifica… habla con sus ancestros.-
El hombre incrédulo hace una mueca, y clava con fuerza la punta de la pala en la tierra dura del suelo debajo de las tablas de madera.
De repente encuentran algo que parecía ser una caja enterrada… La sacan con entusiasmo… y el paje murmura… mmmm. El nieto asiente con un gesto negativo…
-hay que sacar el cofre de la casa, eso es lo que atrae a los malos espíritus-
-¡No! ¡Seguramente debe de ser oro de la guerra grande contra el Paraguay!-
Entusiasmado el dueño de la casa intenta romper un antiquísimo candado, preso por las historias de fortunas en monedas de oro enterradas por doquier, durante la guerra de la Triple Alianza , por los desafortunados correntinos que tuvieron que salir huyendo cuando la ciudad fue tomada, pensando que algún día podrían volver por sus pertenencias….
El anciano apaga su cigarro, y con un gesto tranquilo, sale de la habitación dirigiéndose a la tranquilidad de su abandonada hamaca, la tarde aún quemaba desde el cielo. Hacía demasiado calor para tener ganas de hacer cualquier cosa. El mortero esperaba. Un enorme mortero de metro y veinte, hecho de una sola pieza de madera oscurecida por los años, que hacía un “juishh pomp, juishh pomp” todas tardes, con olor a hierbas medicinales, y miga de pan duro, viejo y aplastado en lo último de su senilidad.
El nieto malhumorado al ver que su abuelo se iba solo, lo sigue al trote pesado, pidiéndole que lo esperara, dejando al entusiasmado dueño de casa sólo en la habitación. Se siente un golpe seco contra lo que quedaba del piso de madera… parecía ser el golpe de la caída de un cuerpo.
-Mmmm-
El chico corre a abrir la puerta, y ve a su vecino tendido en el suelo, tapado de cientos de monedas de oro y cubiertos de plata. Tantos años, más de un siglo ya de encierro y oscuridad dentro de esa caja de cuero, habían producido hongos muy dañinos en la humedad del olvido, que al liberarse rápidamente dentro del ambiente cerrado, esparció una especie de gas de esporas, causando que el codicioso dueño de casa perdiera el conocimiento, y tal vez mucho más que eso….
-Mmmm y que san puta lo lleve-
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