Esa noche el cartel que decía HOTEL parecía ser más grande que otros tantos, donde el maletín lleno de cosas sin vender pesaba más que nunca. La puerta abierta invitaba a pasar al desierto lobby; desierto de ruidos, y de vida. Aguardó y contuvo todo lo que pudo su sacra paciencia. Su mano resbaló hacia la campanilla en busca de atención mientras sus ojos exploraban el solitario panorama. Su pobre rostro cansado expresaba el deterioro de su mente en busca de respuestas inalcanzables y fantasmas internos que comenzaban a atormentarlo en el silencio de la oscura y gastada sala de espera…. Inmutable, asomó la mirada sabiendo que la oscuridad del pasillo que llevaba al interior del edificio no sería un acertijo por mucho más tiempo. Su sagaz curiosidad pudo más que cualquier enseñanza de modales domésticos y decidió aventurarse en busca de respuestas.
La luz blanca del fluorescente que marcaba el descubrimiento del dinner room, desencadenó en él una sensación de conquista sobre terreno inexplorado, que su instinto de conservación le gritaba abarcar; al que finalmente consiguió satisfacer al asistir al llamado que la dorada piel de un pavo despampanante y sobrecargado en el centro de la mesa pulcramente alistada, le hacía. Llamado que los repentinos ruidos de sus movimientos viscerales no iban a permitirle dejar pasar. Oyendo una vez más a su ser, decide que el banquete había estado aguardándolo, al considerarse en ese momento que sería de una vez por todas, el huésped de honor.
En una vida de puertas cerradas en la nariz, se merecía una puerta abierta y rebosante de galardones comestibles, su pequeña victoria. Los huesos carcomidos en su plato vacío, concordaban con la plenitud de su frente amplia y tranquila; y sobre todo, concordaban con el fútil momento depositado en el botón desabotonado en su pantalón, empujado al exilio por su satisfecho organismo. Cuando el reloj denominó con el correr de sus manecillas, la hora del puntual descanso de la cuasi patética estampa de su cuerpo, se descubrió dirigiéndose una vez más hacia el lobby del Hotel, que desembocaba un gesto de frustración en su cara. Decidido a no permitir que la falta de compañía humana lo desanimara, en un mar de desánimos constantes donde su vida se hundía, rompió la barrera de su moral autoinducida, introduciendo su mano en la celda que guardaba la llave de su futuro. Por fin la suerte le sonreía, cosa que le hacía pensar que debía devolverle el gesto, sonriéndole a la llave que guardaba su descanso nocturno.
La oscuridad lo arropaba en una sensación de sábanas nuevas, cama nueva y lo que podría ser el comienzo de una vida nueva. Sensación interrumpida por un extraño sentimiento de incomodidad, que secuencialmente fue mutando a una sensación de vacío estomacal, somnoliento vaivén, dolor … más dolor, mucho más punzante dolor, dolor que haría desear estar muerto… ¡pánico rotundo! Sujetando su abdomen que lo retorcía desde adentro, no podía despegar su mirada de un fantasma con su rostro en el espejo. Se arrojó hacia el escusado, devolviendo todas las ofrendas que el destino acababa de hacerle, y salió corriendo en busca de ayuda.
La puerta que lo separaba de la verdad no fue un obstáculo, y atravesándola no pudo más que espantarse ante el siniestro cuadro. Dos cadáveres vestidos con ropa de cama le mostraban su final. Los ojos desorbitados, las bocas bien abiertas y el vómito aún fresco que emanaba de sus gargantas le hicieron sentir un escalofrío que lo movilizó a huir hacia cualquier lugar lejos de allí. Sus cohuéspedes no necesitaban ya su ayuda. Una tras otra fue abriendo las puertas de las demás habitaciones del hotel, encontrando siempre el mismo cuadro de desesperación de ultratumba. Quería gritar, correr, escapar, pero el dolor lo doblegaba y lo obligaba a tropezar con todo lo que encontraba a su paso. Finalmente pudo divisar la puerta de salida, umbral que pareció desaparecer cuando sus pies descalzos perdieron el piso en algún momento de su caída hacia el exterior del edificio.
El cuerpo del hombrecillo muerto parecía diminuto desde lo alto, donde la grácil cucaracha dueña de casa entre sus quehaceres de señora, observaba presuntuosa el éxito de su trampa plaguicida.
0 epifanías:
Publicar un comentario